sábado, 18 de junio de 2011

Girar

Por Sandra Russo
Las Madres tienen entre 80 y 90 años. Cuando se habla hoy de ellas, se habla de las que quedan, de ese puñado de viejas alrededor de las cuales vuelve a partirse la lectura política, mientras ellas siguen girando obstinadas alrededor de la Plaza. Desde que nacieron todos los argentinos menores de 35 años, hay mujeres girando los jueves alrededor de la Plaza.
Ningún artista plástico de ninguna corriente contemporánea podría concebir lo que son, esa performance histórica que nos ha tocado presenciar, esa obra de arte conceptual en el sentido más político que son cuando giran. Las que piensan de un modo y las que piensan de otro, las que se quieren y las que se odian, todas giran, las vivas y las muertas, en la ronda tribal de la memoria. Están condenadas a girar porque no han podido enterrar a sus hijos. La ronda es su letanía, su lamento y su flor en la tumba.
Lo que los grandes medios fogonean con el tejido turbio de sus coberturas sobre el caso Schoklender, lo traducen literal y bestialmente los “trolls” –los “rompe-facebook” a sueldo– en la blogosfera. Se trata de un mismo movimiento de sentido, que en la web se abandona descarnadamente a su propósito. Uno que apareció con mucho brío esta semana usó de falso nombre “Shocochorro Chorrafini”. Otros mensajes de ese estilo, que aparecieron en manada, con perfiles falsos, a veces con fotos obscenas y otros con fotos de un universo de ídolos como Pamela Anderson o David Beckham, decía “Hebe a la cárcel!”. Otro, “Es un buen momento para que aparezcan los hijos de Hebe que viven en España”. Otro, “Por los 30.000 $$$ desaparecidos”.
La derecha les ladra a las Madres y algunos sectores de la izquierda la dejan hablar. Uno no siempre es dueño de sus silencios. A veces es esclavo. Sabrán los que callan qué defienden, pero si alguna vez las abrazaron, hoy las sueltan.
Esta mirada recelosa y acusatoria que cae sobre Hebe, la que la insinúa o la declara “chorra”, es exactamente la misma que sostuvieron siempre los sectores más reaccionarios y hoy hacen suya algunos más por cálculos electorales. Pero lo abismal de esa mirada es que se posa hoy como ayer, pero hoy la Justicia ya investigó, probó y está condenando el terrorismo de Estado. Ya se sabe qué pasó. A las Madres y a las Abuelas les mataron los hijos, y se robaron sus cuerpos, incluso los de las prisioneras que dieron a luz en cautiverio. Cuando a alguien se le hace un tajo tan grande, nadie puede pedirle que no sangre.
Ayer, para resguardar “la salud de su madre, que es una señora mayor”, según indicaron sus abogados, los hermanos Noble Herrera anunciaron su decisión de cumplir con lo que desde hace diez años reclaman otras “señoras mayores”, las Abuelas. Los abogados dicen que la decisión de los hermanos obedece a poner fin a un “sufrimiento inenarrable” a raíz de las “presiones recibidas”. Nadie puede dejar de admitir ese sufrimiento, aunque tampoco se puede evitar concluir que si esta misma decisión hubiese sido tomada hace una década, cuando otros decidían por ellos, ya estaría resuelto el tema de sus identidades. De esta década de demora y de las tensiones que produjo no se le puede hacer cargo a nadie, salvo a quienes obstruyeron la causa.
En un exabrupto del año pasado, supo decir el ex juez Cavallo, defensor de la señora de Noble, que llegado el caso no le alcanzaría un ADN para confirmar la identidad de los nietos buscados. “Si el ADN dice Pérez, yo quiero el hueso de Pérez”, dijo. Los huesos de Pérez no existen, pero si alguien ha peleado en este país por Pérez, por esa abstracción que es Pérez, por ese cualquiera que es Pérez hablado por los que obstruyen el camino a la verdad, es Hebe. Desde sus posiciones más extremas, desde su versión más brutal, desde su decisión de sacar los nombres de los pañuelos para fundir lo personal en lo colectivo.
Durante muchos años se entretuvo a la sociedad argentina con cuentos de una perversidad atroz, como la que da cuenta de que los hijos de Hebe vivían en España. Eran parte de esos desaparecidos que andaban presuntamente por Europa y a cuyas madres, esas viejas locas, se quería silenciar. Del cuento ahora se hacen cargo los anónimos que escriben con tremendas faltas de ortografía en las redes sociales, porque a esta altura nadie se atreve a poner la firma a algo que es mentira y es cosa juzgada. Pero ahí, en esos mensajes sucios como la guerra que no hubo, y en las coberturas que les dan letra y paño, hoy se cierra el círculo de una Argentina que apesta.
Atacar a esta altura de la conciencia política argentina a los organismos de derechos humanos, hacer este picadillo mediático de Hebe, es ignorar la claridad que ilumina la escena para millones de personas. Se está tensando el abrazo que las rodea y las rodeará, giraremos a su alrededor para que ellas sigan girando, y siempre habrá quienes sientan que sangran por el mismo tajo que les hicieron a ellas.
Página  12 - Junio 2011

jueves, 16 de junio de 2011

El día que se jodió la Argentina



Cualquiera que intente buscar los orígenes de la violencia política del siglo XX en la Argentina deberá remitirse sin duda al criminal bombardeo del 16 de junio, desatado por 34 aviones de la Marina, que descargaron 14 toneladas de explosivos sobre una ciudad indefensa.
Aquel frío y plomizo jueves de hace 56 años, entre las 12:40 y las 17:45, en tres oleadas, aviones de la Armada bombardearon y ametrallaron a civiles en los alrededores de la Plaza de Mayo, la Casa de Gobierno, la CGT, la Policía Federal y la residencia presidencial, que por entonces era el palacio Alzaga Unzué.
Los pilotos de la Marina mataron a más de 300 personas, en una acción criminal impune que tiene las características de un delito de lesa humanidad. Una cantidad similar de españoles fue masacrada en Guernica por aviones alemanes, pero en Buenos Aires, victimarios y víctimas eran argentinos. Los mártires vascos del nazismo fueron inmortalizados en la genial obra de Pablo Picasso, pero las víctimas de Plaza de Mayo no tuvieron ni justicia.
Algunos de los ametrallados eran simplemente civiles que se encontraban en la zona céntrica y otros militantes peronistas que clamaron en vano por armas y sólo contaron con pistolas, con las cuales dispararon a los aviones, palos y cuchillos. Restos humanos quedaron esparcidos aquella tarde trágica en el corazón de la República.     
Los conspiradores intentaban matar al presidente constitucional o, al menos, quebrar su voluntad política, para asaltar luego el poder y desbaratar el proceso de reformas inaugurado por Juan Domingo Perón en 1943, que había llevado a la clase trabajadora a percibir más del 50% del ingreso nacional.
A la reacción antiperonista de los sectores conservadores más tradicionales, se había sumado decididamente la Iglesia Católica, que excomulgó a Perón luego de que el gobierno impulsara la ley de divorcio, suprimiera la enseñanza religiosa, dispusiera el cobro de impuestos a los templos y promoviera una Convención Constituyente para separar a la Iglesia Católica del Estado.
La comunión de los conspiradores de la Marina ultracatólica y antiperonista con la Iglesia no era un secreto para nadie, ya que los aviones rebeldes llevaban pintadas en sus alas una cruz dentro de una “v” corta, símbolo de “Cristo Vence”. Pero tampoco era un misterio que connotados radicales y socialistas apoyaban la intentona, contra un gobierno constitucional, con el argumento de “derrocar al tirano” y alcanzar “la libertad”.
Por la tarde, tropas de la Marina ocuparon Radio Mitre y leyeron una proclama: “El tirano ha muerto”, dijeron. “La hora de la recuperación de la libertad y los derechos humanos ha llegado.” Pero ninguna de las dos cosas era cierta: Perón estaba protegido en el sótano del comando en jefe del Ejército –de donde se dirigió la acción de los militares leales– y más que una jornada simbólica para los Derechos Humanos, se estaba inaugurando ese día, una tragedia que signaría la vida política nacional durante tres décadas.
El ataque aéreo no contó con el necesario avance terrestre que realizarían comandos civiles e infantes de Marina y los pilotos aterrizaron en Montevideo, donde solicitaron asilo. No pudieron matar a Perón, pero hirieron gravemente su voluntad política. En lugar de promover una purga de las cúpulas reaccionarias, Perón dijo que sus enemigos merecían “respeto” y “perdón”.  Tres meses después sería derrocado sin resistencia y comenzaría el desguace de las conquistas sociales peronistas



Tiempo Argentino - Junio 2011

sábado, 4 de junio de 2011

Contra las Madres

Por Luis Bruschtein
Hay un punto sensible en el tejido social de este país que le permitió detectar el peso moral, el paradigma ético que representaban las Madres de Plaza de Mayo. Al mismo tiempo, desde hace más de treinta años se ha buscado su flanco débil, el punto vulnerable, para destruir esa influencia, pero cada cosa que se inventó –como cuando las llamaron las Locas de la Plaza– las fortaleció y se revirtió en contra de sus detractores.
La relación de las Madres con la sociedad ha sido compleja. Muchas veces han estado muy solas. Otras veces han convocado multitudes. Pero no todo el país ha concurrido a esas convocatorias. Hay un núcleo ideológico, duro, de poder, que las resiste pero no tiene más opción que tolerarlas. Desde allí se ha buscado siempre desplazarlas de ese lugar de consideración especial que las blinda. Si pudieran hacerlo, después destruirían su imagen, difamando, mintiendo, reinventando la historia, porque las Madres son uno de los pocos puntos de referencia ciudadana que no pueden controlar.
Controlar, en el sentido de resignificarlas, de mostrarlas como a ellos les convendría. Se trata de manejar un referente simbólico esencial de estos treinta años de democracia. Pero la sociedad las ha asumido con esa forma de desmarcarse que han tenido. Incluso cuando tienen razón o cuando no la tienen. No se trata de disentir o discutir con ellas. Eso lo puede hacer cualquiera porque, para bien o para mal, el lugar donde están ubicadas no es el del argumento, sino más bien el de la conciencia, el de la consecuencia, el de la valentía y el de la madre que lucha por sus hijos.
Son lugares que la sociedad no regala sino que se construyen en una dialéctica, la mayoría de las veces ríspida, con la misma sociedad hasta que queda instalado. Las Madres buscaban a sus hijos, no buscaban ese lugar. Ese es otro factor que las explica ahora, porque si su motivación hubiera sido ocupar ese lugar de semiprócer o referente moral, nunca hubieran podido hacerlo. Quedaron allí justamente porque no querían.
La cercanía con las Madres permitía compartir una parte irreal de ese prestigio. Muchos se les acercaron a lo largo del tiempo, sobre todo algunos periodistas, para beneficiarse con esa concesión, irreal, porque la historia es de las Madres y no de los que se sacaron fotos con ellas. Pero más de un periodista, uno que otro abogado y algún activista crearon esa ilusión sobre sí mismos.
Esa presencia tan fuerte en la sociedad, a pesar de que su relación con ella siempre fue tan irregular que a veces las aislaba y a veces las acompañaba, selló con una impronta especial estos primeros 30 años consecutivos de democracia en la Argentina.
Es difícil pensar estos treinta años sin la presencia de las Madres. Han sido además lo menos parecido a un fenómeno mediático y no han mostrado esa volatilidad que los caracteriza. Por el contrario, durante muchos años fueron ignoradas por la corporación mediática que se ha convertido en parte intrínseca del poder fáctico. Hasta 1996, los 24 de marzo sólo juntaban a unas 500 o mil personas en el acto que organizaban los organismos de derechos humanos.
Ocupan un lugar que no desearon y hay una calidad de realidad material, concreta, en esa autoridad, que la diferencia de todos los productos mediáticos tan efímeros y aparentes como los falsos superhéroes del periodismo. A diferencia de muchos protagonistas de la actualidad, las Madres son reales, no son una ilusión mediática, no “actúan” ese lugar, simplemente “son” ese lugar de referente. Todos esos materiales que constituyen el lugar de las Madres fraguaron en una especie de casamata hasta ahora inexpugnable. Y se ha buscado, infructuosamente, destruirlas por mil maneras distintas.
Del 2003 en adelante, la política de derechos humanos del kirchnerismo generó, como pocas veces antes, lazos de comunicación entre el Gobierno y los organismos de derechos humanos, incluyendo a las Madres, lo que las puso en una situación más vulnerable. Algunos organismos no estuvieron de acuerdo con esta aproximación al Gobierno y se planteó un debate muy duro entre ellos. Pero no ha sido el primero. En estos treinta años hubo muchos y encarnizados debates entre los organismos. Las Madres se dividieron y muchas veces los organismos confrontaron entre sí desde posiciones casi antagónicas. Esto forma parte de la dinámica del movimiento de derechos humanos. Las discusiones suelen ser implacables pero contenidas en un marco por el cual lo han fortalecido aún más. De alguna manera, en todas esas encarnizadas discusiones, el marco de existencia común ha sido preservado por todas las partes.
Nadie puede tolerar actos de corrupción en el movimiento de derechos humanos, por lo que la denuncia contra Sergio Schoklender tiene que ser investigada hasta sus últimas consecuencias. Pero resulta evidente que detrás de esa denuncia se ha montado una campaña mediática que en algunos casos busca golpear al Gobierno en plena campaña electoral y, en otros, trata de esmerilar la imagen de las Madres y de los organismos de derechos humanos.
Por ejemplo: se ha dicho en una columna de opinión en Clarín que esto le sucede a Hebe de Bonafini por acercarse al kirchnerismo. Si la denuncia es contra Schoklender, no se entiende el motivo de centralizar en las Madres o el kirchnerismo. En todo caso, de esta forma queda expuesta la intención clara del artículo de utilizar la denuncia para atacar a las Madres. Esta línea de acción editorial se reprodujo en los grandes medios.
En otro caso, un columnista del amarillista diario Libre, de la editorial Perfil, de visita en el programa A dos voces del Canal TN, agregó que la corrupción en los organismos de derechos humanos comenzó a mediados de los noventa, en el gobierno de Carlos Menem. Es una afirmación audaz, porque ningún organismo de derechos humanos ni siquiera se acercó al gobierno que había declarado los indultos. Por el contrario, fueron sus más encarnizados opositores. En forma malintencionada, el periodista de Libre hacía mención a las reparaciones materiales que el Estado debió pagar a ex presos y familiares de desaparecidos. Hacía un abordaje burdo y amarillista de una problemática compleja.
En su caso, ya no se trata de encharcar solamente al kirchnerismo y a las Madres, sino a todo el movimiento de derechos humanos, incluyendo a quienes han sido víctimas de la represión. Hay una intención ideológica que va en consonancia con el esfuerzo histórico de los grandes medios por destruir o socavar a un movimiento que les ha sido tan difícil de controlar y que tiene fuerte incidencia en la sociedad.
Algunos de estos periodistas se han sacado en su momento la foto con las Madres para el carnet de “independientes” o “combativos”. Siguiendo la línea de pensamiento que ellos esgrimen ahora contra las Madres, se los podría acusar de que se han pasado de bando por dinero. Ahora trabajan para la corporación de los grandes medios, sintonizan con sus posiciones ideológicas y, en este caso, los usan para hacer el trabajo sucio. Aunque es posible conceder también que haya coincidencia ideológica, que han cambiado de posición por convicción y no por dinero.
En ese mismo bando, el ex presidente Eduardo Duhalde, a cuyos actos asisten los amigos de los represores y la dictadura, atacó a la Asociación de Madres y la diferenció de Madres Línea Fundadora, que emitió un comunicado para repudiar las declaraciones del candidato de la derecha peronista. Otro columnista de La Nación, en los antípodas del movimiento de derechos humanos, atacó a las Madres, pero destacó a una de ellas por no ser kirchnerista.
Parte de esta campaña desde los grandes medios consistió en buscar voces que se hayan mostrado, como algunos de estos periodistas, cercanos en otro momento al movimiento de derechos humanos. Se suma así Raúl Castells, que no da tantas vueltas para decir lo que quiere decir: “Las Madres han canjeado a los 30 mil desaparecidos por una empresa de construcción”.
El contenido real de esta campaña de viejos y nuevos enemigos está resumido en las palabras del puntero supuestamente de izquierda aliado al duhaldismo. Se trata de filtrar en el imaginario ciudadano esa idea de corrupción: las Madres que pusieron en riesgo sus vidas cuando la mayoría se callaba aterrorizada o se iba del país, las mismas Madres que fueron tan intransigentes en sus planteos a lo largo de treinta años, ahora se han vendido por dos pesos, o por veinte, los que sean. La corrupción explica sus posiciones. En todo caso, la intención es que la denuncia de corrupción disuelva la imagen referencial de las Madres. Y tras las Madres irán contra el resto de organismos del movimiento de derechos humanos.
Se habla de las Madres, de los organismos de derechos humanos y del kirchnerismo, cuando la denuncia no es contra ellos sino contra Sergio Schoklender, y se lanza esta campaña en un momento en que el país entra en pleno proceso electoral.
Hay un dato de la realidad que no respalda esta campaña de difamación: la democracia en este país hubiera sido mucho peor sin las Madres. Y eso no podría ocurrir si la motivación de las Madres hubiera sido la corrupción. Por eso, más allá del resultado de la investigación, tampoco podrán esta vez con las Madres.
Página 12 - 4/ 6/ 11