martes, 18 de septiembre de 2012

PARA UN MEJOR AMOR

Nadie discute que el sexo es una categoría en el mundo de la pareja: de ahí la ternura y sus ramas salvajes.

Nadie discute que el sexo es una categoría familiar: de ahí los hijos, las noches en común y los días divididos (él, buscando el pan en la calle, en las oficinas o en las fábricas; ella, en la retaguardia de los oficios domésticos, en la estrategia y la táctica de la c
ocina que permitan sobrevivir en la batalla común siquiera hasta el final del mes).

Nadie discute que el sexo es una categoría económica: basta 
mencionar la prostitución, las modas, las secciones de los diarios que sólo son para ella o sólo son para él. 

Donde empiezan los líos es a partir de que una mujer dice que el sexo es una categoría política.
Porque cuando una mujer dice que el sexo es una categoría política puede comenzar a dejar de ser mujer en sí para convertirse en mujer para sí, constituir a la mujer en mujer a partir de su humanidad y no del sexo, saber que el desodorante mágico con sabor a limón y jabón que acaricia voluptuosamente su piel son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm, saber que las labores propias del hogar son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar, que la diferencia de sexos brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa cuando se conocen todos esos secretos que nos mantenían enmascarados y ajenos.

ROQUE DALTON

domingo, 8 de julio de 2012

“Ellos no miran a los ojos"


La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo destaca que se diera por probado que las apropiaciones de niños fueron una práctica sistemática. Señala que se “decepcionó” con el monto de algunas penas. Sus impresiones sobre el juicio, los represores y el caso de su hija.








 Por Victoria Ginzberg
En su escritorio hay muchas cosas, pero nada está allí sin una razón. Hay regalos, como la virgencita de Itatí o los dos retratos suyos hechos con marcadores por niños de seis años de una escuela que visitó hace unos días. Hay fotos, entre las que se distinguen una con su familia en su cumpleaños de ochenta y otra en la que carga a Tania, la beba del nieto recuperado y ahora diputado nacional Horacio Pietragalla. El retrato de su hija Laura, secuestrada en noviembre de 1977, cuando estaba embarazada de dos meses y medio, cuelga de la pared, cerca de uno de los primeros afiches de las Abuelas de Plaza de Mayo, en el que hay una margarita a la que le faltan algunos pétalos. “Niños desaparecidos. Busquémoslos”, dice el cartel. Después de un día intenso, de reuniones y visitas a programas de televisión, Estela de Carlotto reflexionó junto a Página/12 acerca del fallo con el que la Justicia dio por probada la existencia de un plan sistemático de apropiación de niños durante la última dictadura. Aunque criticó algunas penas que le parecieron bajas (hubo dos absoluciones y condenas que fueron desde los 50 años a Jorge Rafael Videla a cinco años a Susana Colombo, apropiadora de un niño) señaló que prefiere mirar “el vaso medio lleno” y que el juicio “jerarquiza a la Argentina”. También contó cómo fue el momento de escuchar la sentencia frente a los represores: “Ellos no hablan, no miran, no gesticulan, no demuestran emociones, ni arrepentimiento, ni nada de lo que humanamente se puede esperar”.
–¿Cuál es la evaluación del fallo?
–Nos impactaron los cincuenta años de condena para Videla. Es la primera vez que se da una cifra de esa magnitud. También hubo condenas a 40 y 30 años. Lo que nos decepcionó fue la condena baja que tuvo el resto. El otro hecho muy bueno para destacar fue el reconocimiento explícito que hacen a la existencia de un plan sistemático para el secuestro de bebés que se puso en práctica. La sentencia afianza y determina esto para siempre. Por lo tanto, en todos los juicios que vamos a hacer de acá en adelante eso ya no se discute. Hay que recordar que esto lo empezamos en 1996. Un grupo de Abuelas, con tres abogados iniciamos esta demanda a la Justicia porque veíamos que había un plan. Lo habíamos querido probar durante el juicio a los comandantes y nos dijeron que no había elementos. Empezamos hace muchos años y nunca dejamos de recurrir a la Justicia. Ahora conseguimos un resultado satisfactorio.
–El fallo ¿es más bueno que malo o más malo que bueno?
–Es más bueno que malo. Yo digo esa frase que es tan común ahora, que es mejor mirar el vaso medio lleno y no el vaso medio vacío. Hay un vaso medio vacío, pero el vaso medio lleno es muy bueno. Las condenas bajas se pueden apelar y además, los reos están involucrados en otros juicios, en los que también se los va a juzgar y condenar. Por ejemplo, nos impactó que a (Eduardo) Ruffo (represor del centro clandestino Automotores Orletti) se lo absolviera, aunque no se le decretó la libertad porque está implicado en otros casos.
–¿Cómo fue el momento en el que escuchó la condena?
–Fue muy impactante. No es la primera vez que me impacta mucho, humanamente. Cuando entran esos viejos encorvados esposados yo hago abstracción de a quién estoy viendo, me parece tan humillante tener esposas para un ser humano...que le aten las manos. Me despojo de quiénes son y pienso: “qué vergüenza, qué humillación”. Pero después digo: “qué bien”. Eso es poco al lado de lo que ellos han hecho. No hay que tenerles lástima ni piedad, son rostros totalmente petrificados, pétreos. Me preguntaron si los había mirado a los ojos. A mí ni se me ocurrió, pero, además, ellos no miran a los ojos. Ellos no hablan, no miran, no gesticulan, no demuestran emociones, ni arrepentimiento, ni nada de que humanamente se puede esperar.
–De hecho, lo último que dijo Videla en el juicio fue que las mujeres embarazadas usaban a sus hijos por nacer como escudos.
–Cuando vi lo que había dicho este animal, porque otra cosa no me sale... dice encima que respeta a las madres. Pero qué respeto, ¿no? Si así respetó a su madre...Decir que estas mujeres, “subversivas” como él las llamó, usaban a los chicos como escudos, decir eso de las chicas que ellos mataron, que tenían el valor de luchar por un país mejor, con riesgos, tenían un proyecto de vida en el que estaba ese hijo. Yo enseguida pensé en Laura, y pensé: “no se puede defender, por lo tanto me ofendo yo con esas palabras”. Me dolieron, me ofendieron, me embroncaron. Laura estuvo nueve meses secuestrada. Allí nació su chiquito. Ella estaba en un camastro, las liberadas lo han contado. Estaba tabicada, engrillada, como estaban todos. Tuvo el bebé, se lo quitaron, le dijeron que me lo iban a dar a mí y nunca me lo dieron. Laura había perdido dos bebés con su primer compañero, hasta de seis meses de embarazo. Y yo pensaba... mal alimentada, torturada, qué va a pasar. Y sin embargo el bebé nació en tiempo y forma y sano, porque así lo vio ella y se lo dijo a las compañeras. Y la mataron dos meses después de dar a luz. Este personaje no tiene perdón. No hay resquicio para decir algo bueno, para mí es un demonio.
–Lo triste es que es un ser humano es el que hizo esas cosas.
–Yo creo que la figura tiene nada más. No me lo puedo imaginar con sus seres familiares.
–¿Cuáles condenas le parecieron bajas, la del médico Jorge Luis Magnacco, partero de la ESMA (10 años), la de Colombo, la apropiadora de Francisco Madariaga (5 años)?
–Todas me parecieron bajas. Los abogados van a estudiar los argumentos para ver qué corresponde hacer. Con la mujer, la apropiadora de Francisco, ocurre lo que ocurrió con todas las mujeres, que en general no fueron a la cárcel, las consideraron víctimas del apropiador. Se las clasifica más como víctimas que como victimarias. Nunca hubo una condena fuerte.
–Ella argumenta que (Víctor Gallo), el apropiador, le pegaba...
–Cosa que es posible. A Francisco, que pobrecito se fue a los 16 años para salvar su vida, él le daba un revólver para que hiciera de custodio cuando el chico no sabía ni manejarlo. Era muy violento el hombre y la mujer puede haber sido víctima. Pero eso no la libera. El hecho de haberse apropiado de un chico es un delito grave. No la libera de la responsabilidad de, a conciencia, haber criado un hijo que no era propio, anotarlo como nacido de ella y nunca haberlo ayudado a liberarse, aunque sea a escondidas del hombre. No tuvo el coraje o no quiso hacerlo, eso lo sabrá ella. La Justicia no puede considerar que no es culpable.
–¿Cree que habría que hacer una reforma para subir las penas previstas por delitos de apropiación de niños o con las herramientas que hay alcanza pero los jueces no las usan?
–Creo que hay que modificar algo, porque siempre sufrimos esta angustia de que las condenas para los apropiadores de nuestros nietos eran muy bajas. El robo de bebés no está calificado como un delito grave. En todos los casos es gravísimo, pero en este caso particular es mucho más grave todavía, porque fue mediante el terrorismo de Estado. Hay un delito de apropiación de niños cuando a una mamá, en una clínica, le dicen que su chiquito murió y no es cierto y se lo dieron a otra persona. El delito es muy grave. Pero acá el delito está ligado a la muerte de la madre.
–Es decir que no se tiene en cuenta que la apropiación está ligada a un homicidio.
–Exactamente. Acá hay un delito que no prescribe, que es de lesa humanidad. Estos casos deberían tener más años de castigo. Hasta ahora no lo hemos pedido específicamente, a pesar de que siempre nos quejamos de que robar un niño parece que es menos grave que robar una vaca.
–Dijo que cuando habló Videla se acordó de su hija. ¿Después de declarar tantas veces el testimonio se convierte en un trámite o siempre moviliza?
–Siempre moviliza, porque uno habla de su propia historia. Mientras trabajo acá y hablo, como lo estoy haciendo ahora, me despojo un poco de esa historia para ser la presidenta de la institución Abuelas de Plaza de Mayo. Cuando tengo que ir a testificar soy la mamá de Laura y se me hace carne la historia, tengo que hablar de ella, me preguntan sobre su vida, su militancia y eso me lleva a recordar cosas, incluso cosas que aparentemente me había olvidado. O sea que es remover la herida.
–Entonces, como mamá de Laura, ¿qué pensó cuando escuchó la sentencia?
–Como Abuela de Plaza de Mayo, como argentina, como mamá de Laura, me sentí muy bien. Me pareció correcto, sobre todo esos aspectos sobresalientes de los que hablamos. Dije “misión cumplida”. Es la satisfacción de la cosa hecha. Me sentí muy emocionada. Yo tenía al lado a Francisco, que lloró muchísimo. Creo que, más allá de los años que les dieron, sintió que por fin los habían condenado, se le contrajo el rostro, fue el impacto de que esa persona recibió un castigo.
–¿El hecho de que a Videla lo condenaran usando la ley Blumberg, le provoca algún tipo de contradicción?
–Cuando dijeron que íbamos a pedir 50 años por la ley Blumberg a mí no me gustó. Dije “esa ley no la queremos”. Es de un personaje que es un fraude, que quería venganza o qué sé yo qué quería... pero después me hicieron ver que, ya que la ley existía y se podía usar, había que usarla para evitar que Videla recuperara su libertad. Esa fue la estrategia, usar las herramientas para que el hombre no recupere la libertad. Ahora va a quedar en la cárcel hasta el fin de sus días. Lo que nos da satisfacción es que sin dudas la Argentina y nuestro gobierno se jerarquizan con el juicio. La Argentina toma el rol de líder en el tema y de avanzada.
–¿Es importante que se dé por probado en el fallo el secuestro de los chicos que no fueron encontrados?
–Al principio nos decían que ellos no tenían entidad jurídica. Para la Justicia no habían nacido, no tenían nombres, no les podíamos llevar partidas de nacimiento.
–¿No consideraban los secuestros de los chicos nacidos en cautiverio?
–En los recursos de hábeas corpus poníamos los chicos por nacer, pero nos decían que esa persona no existía, que no se sabía si había nacido o no. Pero eso era antes. Ahora ya se acepta. Y ahora está probado que son personas víctimas. Es muy importante. Se reconoce la realidad.
–¿Qué cambios hubo en la Justicia y en la sociedad desde que se hizo la denuncia en 1996 hasta ahora?
–Hay un camino que recorrimos en estos 35 años en los que hicimos docencia y que nos demuestra que la gente va tomando conciencia de que la dictadura nos afectó a todos, que los niños desaparecidos son de todos y los adultos también. Aunque no sea un familiar, puede ser un vecino, alguien que caminó por las mismas calles, que lo saludaba todos los días, que iba a hacer las compras en el mismo mercado. Eso está instalado. De ahí viene la solidaridad que nos manifiestan.
–¿Busca a su nieto Guido en jóvenes de su edad?
–No, aunque me sobresalto con el nombre Guido siempre, pero ahora es bastante común. Me he sobresaltado y he preguntado “qué edad tenés”. A veces me traen datos que pueden coincidir con mi nieto, pero trato de no darles calce. No es bueno engancharse con algo que es una posibilidad nada más, la decepción es muy grande. Ese no es mi temperamento, mi temperamento es más bien frío, para tener la cabeza bien puesta y poder seguir haciendo cosas. Nunca digo cuando encontramos un nieto “por qué le tocó a ella y no a mí”. Jamás. Siempre es una suerte tener un nieto más y es como si fuera mío también.

domingo, 20 de mayo de 2012

En el nombre de Atahualpa


La escena transcurre en un bar de Buenos Aires, a comienzo de los años ’70. Mercedes Sosa, los integrantes del grupo Quilapayún y algunos periodistas toman café y conversan animadamente sobre música y política. Es tarde, todos vienen de una noche de actuaciones y otros fervores y de pronto alguien plantea, a modo de desafío a ser saldado, una pregunta descomunal: ¿Atahualpa Yupanqui o Violeta Parra? ¿Quién es más grande como artista popular? ¿Quién representa más cabalmente a esa América latina que parece estar en su mejor hora?
Rápidamente se suman argumentos de uno y otro lado. Violeta ya no está, pero su nombre no deja de crecer. Atahualpa está, pero lejos, en París. A medida que avanza la noche, la mesa tiende a favorecer a Violeta, si bien por un margen mínimo. No está dicha la última palabra. ¿Quedará sellado un veredicto a favor de la chilena?
Mercedes Sosa ha permanecido callada. Quizá no está del todo cómoda. Ella no es de intervenciones brillantes. Hablando no se siente muy segura; su autoridad está en el canto. Pero de pronto alza la voz, y con un golpe de puño sobre la mesa exclama: “¡Pero déjense de pavadas! Yupanqui es único”. La discusión se apaga de inmediato, y quienes la han fogoneado ahora buscan a tientas, casi avergonzados, otro tema, algún asunto que recomponga enseguida la camaradería latinoamericana.
Al decir que Yupanqui es único, Mercedes no ha dicho que sea más grande que Violeta Parra. Tampoco ha sostenido que sea menor. Lo que Mercedes ha sentenciado de modo inapelable es que no existe medida para Yupanqui. Así de simple, aunque en verdad es un tema muy complejo. A un siglo de su nacimiento, Yupanqui sigue siendo un tema complejo. Fue único no en el sentido humanista con el que decimos que cada ser humano lo es. Tampoco por su talento: la historia argentina abunda en artistas talentosos. La singularidad de Yupanqui refiere a la conformación misma del folclore como género de música popular.
(...) Su figura es tan poderosa, su poesía y su música tan perfectas y su nombre de tan profundas resonancias –Atahualpa Yupanqui es casi una categoría moral del arte, un ideal que enaltece al que lo busca–, que tenemos la impresión de que existió siempre, de que es el clásico de los clásicos de la Argentina. De que siempre, desde el principio de los tiempos, hubo un Atahualpa con su guitarra presidiendo la canción popular de los argentinos. Obviamente esto no es así: ¿no es sorprendente enterarse de que “Luna tucumana”, su canción más famosa, fue grabada por su autor recién en 1957, cuando sus compases habían sido memorizados por más de una generación?
Cuando Atahualpa empezó a grabar discos con cierta frecuencia, a principios de la década del ’40, la palabra folclore tenía alrededor de un siglo de uso. Andrés Chazarreta había debutado en Buenos Aires dos décadas antes y los músicos más destacados de la primera oleada de folclore en la Capital no eran más jóvenes que Yupanqui: él se formó con muchos de ellos, tocando a su lado. ¿No es increíble que su nombre casi no existiera en la prensa de la década del ’30, cuando Gardel ya era un mito nacional?
(...) Si nos atenemos a sus dichos, Yupanqui deseaba convertirse, con los años, en un anónimo. Deseaba desmaterializarse en medio de la correntada del canto popular. En alguna oportunidad, siendo víctima de una férrea censura, asistió a un restaurante donde unos músicos estaban tocando una canción de su autoría. El presentador lo reconoció y se apresuró a anunciarlo: “Acabamos de escuchar el tema de un autor anónimo que nos honra con su presencia”. Décadas más tarde, Divididos hizo una versión medio blusera de “El arriero”. Tal vez alguien creyó que aquella canción era del grupo, o que era tan anónima como “Duerme negrito”, pieza de dominio público que Atahualpa solía cantar. De todas maneras, más allá de la circulación irregular de su repertorio y del escaso conocimiento que se tiene de su vida y sus circunstancias, Yupanqui no se ha hecho anónimo, al menos no todavía. Quizás en otro tiempo, sus canciones sean, finalmente, leyenda sin nombre.
(...) A Yupanqui lo pensamos en relación con un paisaje que no es el de la ciudad. Al escucharlo o al leerlo, nos familiarizamos con un país sin luz eléctrica, sin automóviles y profundamente silencioso, con todo el silencio del que son capaces las piedras, cardones, arenas, algarrobos y aromos, los trigales suavemente mecidos por el viento. Pero Yupanqui no fue un paisajista: los sitios de sus canciones no están despoblados. Por ahí andan indios, criollos y gauchos. Cañeros y arrieros, mineros y peones de estancia. ¿O acaso al escucharlo cantar y tocar “Baguala de Amaicha”, “Minero soy” o “Milonga del peón de campo” no estamos ante las voces de los desposeídos de la tierra? ¿No son ellos los que cantan a través de Atahualpa?
Contra una visión rentista de la Argentina, contra ese nacionalismo territorial al que tantos folcloristas cantaron y le siguen cantando, Yupanqui optó por los habitantes expoliados. Prefirió discernir la composición social de su país antes que celebrarlo como una unidad intemporal. En tal sentido, fue agudamente político. En verdad, no defendió esencias sino más bien le cantó a ciertas temporalidades olvidadas, sus “hilachitas del viento”.
(...) “Un poeta no tiene biografía, su vida está en toda su obra.” A Yupanqui le gustaba repetir la máxima, que él decía haber hallado entre sus libros de poesía española. Pero, si la vida está en la obra, entonces el poeta tiene biografía, sólo es cuestión de saber encontrarla, primero en la obra y luego más allá. Encontrar la biografía en lo dicho por Yupanqui, pero también en lo silenciado; en lo que mostró y en lo que ocultó. Encontrarla suelta en libros, discos, cartas, recuerdos de sus amigos, recortes de viejos diarios, anotaciones en las paredes de una cárcel, fotografías borrosas en las que se percibe la modulación de un rostro.
Que Yupanqui ocupe un lugar germinal en el mapa de la música argentina, y que ese lugar esté indisolublemente ligado a una idea determinante de autenticidad, es sin duda una proeza cultural sobre la que vale la pena seguir reflexionando. Porque, ¿cuánto de tradición y cuánto de invención hubo en ese juglar argentino que pareció encarnar como nadie un género en su totalidad? ¿Fue Yupanqui un fiel intérprete de diversos regionalismos arcaicos –que sin su mediación se hubieran perdido irremediablemente–, o agregó de su cosecha marcas bien definidas, finalmente aceptadas por todos como genuinamente folclóricas?
No hace falta recordar que Yupanqui tuvo una vida agitada, impulsada por una compulsión al viaje, a la errancia, a dejar aquello que se había conquistado no sin dificultades a cambio de un sentido gaucho de la libertad. En efecto, el hombre viajó por todo el país y luego por el mundo. A veces perseguido, otras por mera elección. ¿Qué buscaba Yupanqui? ¿Tras qué tesoro intangible se movieron el joven de Pergamino, el hombre de Tucumán y todo el Noroeste, el viejo argentino de París? El poeta se lo preguntaba en “El andar”: “A veces no comprendo / mi rodar por el mundo. / Este medir la tierra y el camino / y el mar... / Esto que siendo simple, / se ha tornado profundo. / Voz que ordena a mi paso: / más allá, más allá...”.
(...) Al comprender a Yupanqui quizá nos adentremos más certeramente en el tumultuoso y contradictorio país que lo ignoró, aplaudió, persiguió, volvió a aplaudir y finalmente glorificó. Yupanqui es un tema inagotable. Nos enfrenta a diferentes épocas y ámbitos de la Argentina, así como a sus rajaduras sociales y políticas. Nos obliga a escuchar, entre el placer y el dolor, aquello que la baguala lamentó al cielo y la milonga meditó de cara al horizonte. Nos vuelve a nosotros, hijos de la modernidad, más viejos, recordándonos que alguna vez fuimos silvestres y nómades. Que tal vez sea cierto aquello de que “el que se larga a los gritos, no escucha su propio canto”.
Fragmentos de
En nombre del folclore.
Biografía de
Atahualpa Yupanqui.
http://sur.infonews.com/notas/en-el-nombre-de-atahualpa