domingo, 26 de septiembre de 2010

La red policial del encubrimiento



Una denuncia de Estela de Carlotto apunta a altos oficiales en actividad de la Federal.
El tipo tiene una simpatía arrolladora, además era un sabueso empeñoso y eficiente. Por tales atributos, los jueces del fuero federal solían desvivirse por contar con su presencia para resolver puntos oscuros en los expedientes más complejos. Lo cierto es que el subcomisario Carlos Antonio Garaventa era la estrella indiscutida de la División Operaciones de Seguridad Interior de la Policía Federal, y con su superior inmediato, el comisario Roberto de la Fuente, formaba una dupla envidiable. En los últimos tiempos ambos se habían abocado a diligenciar la recolección de pruebas en causas vinculadas con la apropiación de bebés durante la dictadura. En ese marco, sin embargo, se produciría el derrumbe de sus carreras: Estela de Carlotto informó esta semana que Garaventa fue el responsable de irregularidades cometidas en su momento con el propósito de impedir la identificación del nieto 102, cuyo nombre se mantiene en reserva. Lo cierto es que la resonante denuncia presentada por ella en nombre de Abuelas de Plaza de Mayo hizo que el 23 de agosto el Ministerio de Justicia separara al subcomisario de la fuerza. No menos cierto es que en este asunto podría anidar la punta del ovillo de una red de policías en actividad abocada a encubrir represores y desviar pesquisas por delitos de lesa humanidad. Al respecto, el abogado de Abuelas, Alan Iud, dijo a Miradas al Sur: “La comprobación del rol de Garaventa en el caso del nieto 102 podría tener incidencia directa en otros casos de apropiación, como el de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble”.
De hecho, la jueza federal de San Isidro, Sandra Arroyo Salgado –a cargo de la causa sobre la identidad biológica de los hermanos Marcela y Felipe Noble Herrera–, dio a conocer el jueves pasado su intención de ordenar una toma compulsiva de sangre a los herederos de la dueña del diario Clarín, sin omitir una investigación acerca de cómo y por qué se contaminaron las pruebas anteriores; lo cierto es que ello apunta directamente sobre Garaventa y De la Fuente.
No menos cierto es que dichos uniformados acarrean otras sospechas, además de la que habrían cometido en relación al nieto 102, dado que también se los supone responsables de una trapisonda similar en el caso del joven Alejandro Pedro Sandoval Fontana, apropiado en 1977 por el gendarme Víctor Rei. Pero sobre este singular dúo de servidores del orden existen también indicios de que habrían malogrado posibles evidencias en otros ocho casos de apropiación, a lo que se suma un presunto encubrimiento vinculado con la causa que investiga el despojo de bienes del abogado mendocino Conrado Gómez por parte de represores de la Armada.
Lo que se dice, dos fojas de servicio puestas al servicio del error intencional.
Los simuladores. En su edición del 29 de mayo, en la portada del diario Clarín resaltaba el siguiente título: “Insólito y vejatorio procedimiento policial”. Se refería al allanamiento efectuado el día anterior por orden de la jueza Arroyo Salgado en el domicilio de la propia señora Ernestina. Allí se encontraban Marcela y Felipe, quienes acababan de llegar del juzgado federal de San Isidro, en donde manifestaron su negativa para realizar los estudios de ADN que podrían establecer si son hijos de desaparecidos. En consecuencia, durante ese operativo los policías procedieron a secuestrar sus prendas íntimas con el propósito de obtener muestras genéticas. Ya se sabe que, exactamente al mes, el resultado del análisis realizado sobre aquellas ropas sería una suerte de contribución al realismo mágico, dado que estaban contaminadas con el ADN de varias personas de diferente sexo.
Ahora todo indica que la dinámica de este asunto habría comenzado en el instante mismo en que la magistrada ordenó a los policías el seguimiento de los hermanos Herrera Noble desde el juzgado de San Isidro hasta la casa de su madre adoptiva. Es que los policías no interceptaron el vehículo de Marcela y Felipe en las inmediaciones de dicho domicilio. Y, de modo inexplicable, aguardarían unos 20 minutos antes de entrar en acción para recolectar las pruebas.
El comisario De la Fuente, jefe del operativo, fue llamado a declarar en un trámite de rutina, antes de que se iniciara el análisis de la evidencia recolectada. En esa oportunidad afirmó que no quisieron interceptar el auto en las cercanías de la casa “para evitar un mal mayor, como podría haber sido un choque”. Cabe destacar que había un móvil policial estacionado en la puerta de la residencia de Ernestina, el cual dejó entrar la camioneta de Marcela y Felipe, sin siquiera amagar con acompañarlos. Esa misma semana estaba prevista la declaración de Garaventa, pero el subcomisario no estaba en Buenos Aires. Finalmente declaró cuando ya se sabía que las muestras estaban contaminadas, y su testimonio cobró otra relevancia. “Hubo un intento de interceptación, pero fracasó por la habilidad del conductor y la geografía del lugar en donde se realizó el procedimiento, por lo que no logró detener la marcha del vehículo ocupado por los chicos Herrera Noble”, dijo Garaventa ante la jueza.
Sobre la disparidad entre aquellas dos declaraciones, el abogado Iud diría: “Más allá de cuál versión sea cierta, los dichos de Garaventa y De la Fuente muestran cierta contradicción entre ambos: uno dijo que no se quiso, el otro que no se pudo”.
Los casos Noble, Sandoval Fontana y el del nieto 102 poseen varios denominadores en común: el hecho de que se trata de víctimas reticentes a recuperar su identidad, la similitud con la que se consumó la alteración de evidencias y, claro, los mismos policías encubridores.
Garaventa había participado en otros allanamientos anteriores. Hasta el momento, 26 casos han sido resueltos obteniendo el perfil genético de las víctimas a través de la extracción alternativa de ropa o elementos personales. Pero 11 de ellos debieron realizarse más de una vez, porque en una primera instancia las muestras obtenidas habían sido fraguadas.
El caso del nieto 102 fue uno; su identidad fue esclarecida luego de que el juez Rodolfo Canicoba Corral conminara a este joven a entregar su ropa durante una citación en el Juzgado Federal Nº6. Sucede que un intento anterior de obtener muestras, que consistió en requisar cepillos de dientes en su domicilio, derivó en un fracaso, puesto que los artículos decomisados pertenecían en realidad a la esposa del apropiador. El operativo estuvo justamente a cargo de Garaventa.
Otro fue el caso del nieto restituido Sandoval Fontana, quien luego contaría que fue advertido por su apropiador, el ex gendarme Rei, unos días antes del allanamiento, de que fuera a Campo de Mayo donde estaba preso, para entregarle los objetos contaminados que luego incautó la policía. Sandoval –quien en 2009, durante el juicio en el que se condenó a Rei a 16 años de prisión, asumió con entereza su condición de víctima– cree que fue precisamente Garaventa quien le proporcionó a su apropiador ese kit de efectos personales debidamente contaminados.
Garaventa también actuó, nueve años antes (aunque hasta ahora nada se ha dicho), en la causa que investiga un saqueo económico por parte de los marinos del GT 3.3.2. contra el abogado Conrado Gómez, mientras estaba cautivo en el inframundo de la Esma. Entre otros bienes, los represores lo despojaron de caballos de carrera, un departamento, un Ford Fairlane, tierras en San Juan y Mendoza, una caja fuerte repleta de efectivo, ropa, la máquina de afeitar y hasta la yerba y el café. El 13 y el 14 de junio de 2001, el juez Claudio Bonadío libró allanamientos en el Hipódromo de San Isidro y en una casa de la ciudad de La Plata para buscar documentación sobre algunas de las sociedades comerciales, bienes o actores involucrados en el robo. En San Isidro se colectó información de interés que fue enviada en sobre cerrado al juez de la causa. En La Plata, durante el operativo en el que fue comisionado Garaventa para encabezarlo, “no se logró el secuestro de elemento y/o documento alguno de interés para la investigación”. Tales fueron sus palabras, de acuerdo con la constancia que él mismo dejó en el acta de procedimiento.
Las flores del mal. Las actividades de Garaventa y los suyos, por cierto, no sólo tienen que ver con el encubrimiento de crímenes imprescriptibles, sino con un delito –el de la apropiación de hijos de desaparecidos– que no cesa hasta el momento preciso en que la víctima recupera su identidad y su apropiador es condenado. Por consiguiente, no es producto de una fantasía suponer que estos últimos cuentan con un paraguas protector. Pero lo aterrador del asunto es que tales hacedores de impunidad sean actualmente nada menos que agentes del Estado. En caso de reducir semejante trama al tema de los Herrera Noble, se podría creer que los policías involucrados actuaron simplemente por alguna retribución crematística. Sin embargo, la reiteración física de los mismos encubridores de uniforme en otros diez casos similares conduce a la certeza de que en las entrañas de la Policía Federal funciona una estructura clandestina abocada a desviar investigaciones judiciales sobre delitos de lesa humanidad. Desde luego, tal operatoria no deja de tener sus responsables políticos, sean o no conscientes de este estado de cosas. No obstante, sobre semejante escenario flota una serie de interrogantes aún más ominosos: ¿A cambio de qué los involucrados sistematizan el ejercicio del encubrimiento? ¿Por qué razón lo hacen? Y, por último, ¿Para quién? En las respuestas a estos enigmas con toda seguridad anida el huevo de la serpiente.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La complicidad de la crítica tibia e hipócrita con respecto a los asesinatos de periodistas en Honduras



No estoy totalmente seguro de si cuando escriba estas líneas algún periodista hondureño esté siendo brutalmente, secuestrado o amenazado. Es que en Honduras, donde impera la más execrable impunidad, el irrespeto a la vida se ha convertido en una cuestión de cotidianeidad.
Un reciente mensaje recibido por mis amigos Dick Emanuelsson y su esposa, tantas veces amenazados por su vocación de pregonar la verdad, siguiendo las pautas del famoso pensador Jean-Baptiste Henri Lacordaire, político, orador y religioso francés quien vivió entre el 2 de mayo de 1802 y el 21 de noviembre de 1861, y quien expresara que “El desprecio a la muerte, he ahí el principio de la fuerza moral”, han mantenido la fuerza necesaria para continuar batallando con su pluma y su cámara sin temer a la represalia y al asesinato. No les han importado las amenazas provenientes del DAS de Colombia, donde antes residieron, ni por las realizadas por las fuerzas represivas hondureñas en estos últimos tiempos.
Otros, sin embargo, no han tenido tanta suerte. Los hay que han sido atacados sin piedad, como el caso del periodista de Radio Globo Luis Galdámez, agredido por sicarios cerca de su casa con armas de fuego el 14 pasado, en horas de noche en la colonia Villa Olímpica, en el sector oriente de la capital. Su única culpa fue oponerse al golpe inconstitucional contra el derrocado presidente Manuel Zelaya Rosales.
Otros medios de prensa son la emisora de RADIO UNO de San Pedro Sula, el periódico El Libertador y otros, como muchos periodistas que han puesto demandas ante Amnistía Internacional, tal como sucedió con Ricardo Oviedo Reyes, periodista de televisión y presidente de la Asociación de Comunicadores de Colón, en el noreste de Honduras. También fue amenazado el periodista televisivo Jorge Otts Anderson.
Más de diez periodistas, todos ellos hombres, han sido ejecutados por sicarios de los órganos estatales y muchos más han recibido amenazas de muerte, valiéndose de la más bochornosa impunidad. Entre ellos se encuentran Joseph Hernández Ochoa, Jorge Alberto Orellana, Gabriel Fino Noriega, David Meza Montesinos, Víctor Manuel Juárez, José Bayardo Mairena, Nicolás Jesús Asfura Asfura, Santiago Rafael Munguía, Carlos Salgado, Osman Rodrigo López Nahum Palacios, Bayardo Mairena, Bernardo Rivera Paz, Luis Antonio Chévez, Luis Arturo Mondragón, Georgino Orellana e Israel Zelaya Díaz, quienes se involucraron en la denuncia de casos de narcotráfico, abusos de la oligarquía, expropiaciones injustas de tierra al campesinado, denuncia de violaciones de los derechos humanos y otros delitos cometidos por representantes gubernamentales.
Muchos han tratado de esconder las causas de los crímenes y escamotear la verdad. Tal es el caso del dudoso informe entregado a la Cámara Legislativa por la Secretaría de Seguridad, sobre las últimas indagaciones acerca de los asesinatos. El informe en cuestión trata de enrarecer la realidad cuando señala: "Se reconoce que estos crímenes no obedecen a una política del Estado de Honduras de hostigar o atemorizar a los periodistas o medios de comunicación, ni tampoco una amenaza a la libre expresión del pensamiento y libertad de información”. La causa de los asesinatos los vincula al narcotráfico y otros hechos, pero nunca a una represión selectiva y sistemática del gobierno de Porfirio Lobo.
La falaz afirmación fue tácitamente apoyada por diputados como Augusto Cruz Asencio, quien hizo entrega del inexacto informe a la Asociación de Prensa Hondureña (APH) al Colegio de Periodistas de Honduras (CPH), a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y a las organizaciones no gubernamentales Reporteros sin Fronteras, Asociación Mundial de Radios Comunitarios e International Media Support, ávidas en atacar a los países del ALBA mediante una atroz guerra mediática y pusilánimes ente los crímenes provenientes de las dictaduras y de Estados Unidos. No pudo, sin embargo, dejar de reconocer la incapacidad del estado hondureño de velar por la vida de los periodistas, al declarar que el Estado reconoce la falta de una política nacional de seguridad eficaz permanente, transparente, coordinada e integral por garantizar a la ciudadanía su libertad y respeto a la vida”.
Nadie se moja las manos para denunciar los crímenes
Salvo el justo reclamo de los miembros del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH), pocos se preocupan por la suerte de los periodistas hondureños. Todos los demás como la Asociación de Prensa Hondureña (APH), al Colegio de Periodistas de Honduras (CPH), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la OEA, la Unión Europea, la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR), Reporteros sin Fronteras, la Asociación Mundial de Radios Comunitarios, la International Media Support, los propios Estados Unidos y muchos otros, son cómplices pasivos de las masacres. Si usaran, digo yo, la misma saña y recursos empleados para denigrar a Cuba, Venezuela y otras naciones sobre supuestas violaciones de derechos humanos, para detener este genocidio selectivo en Honduras, otro gallo cantaría. Sin embargo, quienes arman a los asesinos y sicarios no tienen ni mérito ni interés por salvar las vidas de sus propias víctimas.
Mientras tanto, las plañideras condenas de organismos como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en la voz de su presidente Alejandro Aguirre, nada menos que el subdirector del Diario de las Américas de Miami, propusieron a Lobo la inclusión de la ONU en el caso y la creación de fiscalías especiales, pero sin tocar el aspecto neurálgico de que la violencia parte de los propios estratos del poder gubernamental y de la oligarquía narco militar. Otro mismo show lo realizó en Washington la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH, quien condenó tímidamente el asesinato del periodista Israel Zelaya Díaz en San Pedro Sula, Honduras, y se limitó solo a “reiterar” su preocupación por la "grave situación del periodismo" en ese país. La CIDH, quien dijo desconocer las causas o la identidad de los criminales, aún teniendo certeza de quiénes son los autores intelectuales dentro del gobierno, no exigió con la dureza necesaria el esclarecimiento de estos hechos.
El colmo de la hipocresía lo desempeñó el pasado 7 de marzo de 2010 el representante alterno de Estados Unidos en la Organización de Estados Americanos (OEA), Lewis Amselem, quien declaró: “Urgimos al nuevo gobierno hondureño a investigar estos crímenes y sancionar a los responsables”Parece que el señor Amselem ignora deliberadamente que su gobierno sostiene militar y financieramente a la dictadura institucionalizada de Porfirio Lobo y que, le orienta a la vez, la realización de estas campañas represivas.
La verdad que se quiere acallar es otra: el gobierno de Porfirio Lobo es directamente responsable de estos crímenes y de la intimidación a los periodistas, pues ha demostrado total incapacidad para evitar y detener tales fechorías. Su gobierno ha efectuado, solo en algunos casos, investigaciones viciadas e incompletas, en las que los resultados son totalmente cuestionables y se ocultan a la opinión pública. De la misma manera, el Estado es incapaz de proteger a los medios de prensa y a los periodistas que han sido amenazados de muerte. Parte de la responsabilidad por esta apatía e indiferencia corresponden al Ministerio Público, a la Policía, al Consejo de Seguridad Interior (CONASIN), al Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, y al señor Luis Alberto Rubí, Fiscal General de la República.
Muchas voces justas se han unido al reclamo por el cese de los asesinatos, entre ellas el del gobierno francés, de la Directora General de la UNESCO, Irina Bokova; de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), de la Federación de Periodistas de América Latina y el Caribe (FEPALC) y, particularmente, de la Asociación Americana de Periodistas Bolivarianos - Capítulo de Panamá, quienes expresaron en un comunicado: “Llamamos a todos los periodistas, medios de comunicación, trabajadores de los medios sociales de comunicación, comunicadores populares, formadores de opinión, escritores, intelectuales, pensadores y pueblo honesto y digno, a que se pronuncien en contra de tan abominable crimen, y exijan castigo a los culpables, en aras del retorno de la democracia y de la libertad de expresión a nuestra hermana Honduras.”
De la misma manera, la condena justa contra los crímenes de periodistas en Honduras partió el 3 de mayo de 2010 el Coloquio por el Día Mundial de la Libertad de Prensa, auspiciado por la UPEC y la UNESCO, poniendo al desnudo la responsabilidad del gobierno de Porfirio Lobo en estos hechos.
A manera de conclusión
 Aunque el presidente de Honduras, Porfirio Lobo, dijo hipócritamente que favorecía una verificación internacional sobre el asesinato de más de una docena de periodistas en su país, no puede esconder el ambiente de impunidad existente allí, donde se pisotean bochornosamente los derechos humanos. Con total descaro declaró hace unos días: “Yo no puedo estar en contra de que venga aquí cualquier organismo internacional y que revise”.
Tras bambalinas, en la oscuridad de la noche, se fragua criminalmente la muerte de los mensajeros de la veracidad quienes ponen, por encima de todo, sus propias vidas para darle estatura a la verdad. Para ellos, nuestros muertos amados, vale la pena recordar las palabras de Petit-Senn: “La muerte nos despoja de nuestros bienes, pero nos viste con nuestras obras.” 
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=113246

domingo, 12 de septiembre de 2010

Invitación

Segunda cita


Creo que la Revolución Cubana dignificó a nuestro país y a los cubanos. Y que el Gobierno Revolucionario ha sido el mejor gobierno de nuestra Historia.

Sí: antes de la Revolución La Habana estaba mucho más pintada, los baches eran raros y uno caminaba calles y calles de tiendas llenas e iluminadas. Pero, ¿quiénes compraban en aquellas tiendas? ¿Quiénes podían caminar con verdadera libertad por aquellas calles? Por supuesto, los que "tenían con qué" en sus bolsillos. Los demás, a ver vidrieras y a soñar, como mi madre, como nuestra familia, como la mayoría de las familias cubanas. Por aquellas avenidas fabulosas sólo se paseaban los “ciudadanos respetables”, bien considerados en primer lugar por su aspecto. Los harapientos, los mendigos, casi todos negros, tenían que hacer rodeos, porque cuando un policía los veía en alguna calle “decente”, a palos los sacaban de allí.

Esto lo vi con mis propios ojos de niño de 7 u 8 años y lo estuve viendo hasta que cumplí 12, cuando triunfó la Revolución.

En la esquina de mi casa había dos bares, en uno de ellos, a veces, en vez de cenar, nos tomábamos un batido. En varias ocasiones pasaron marines, cayéndose de borrachos, buscando prostitutas y metiéndose con las mujeres del barrio. A un joven vecino nuestro, que salió a defender a su hermana, lo tiraron al suelo, y cuando llegó la policía ¿con quién creen que cargaron? ¿Con los abusadores? Pues no. A patadas por los fondillos se llevaron a aquel joven universitario que, lógicamente, después se destacaba en las tánganas estudiantiles.

Ahí están las fotos de un marine meando, sentado en la cabeza de la estatua de Martí, en el Parque Central de nuestra Capital.

Eso era Cuba, antes del 59. Al menos así eran las calles de la Centrohabana que yo viví a diario, las del barrio de San Leopoldo, colindante con Dragones y Cayo Hueso. Ahora están destruidas, me desgarra pasar por allí porque es como ver las ruinas de mi propia infancia. Lo canto en “Trovador antiguo”. ¿Cómo pudimos llegar a semejante deterioro? Por muchas razones. Mucha culpa nuestra por no haber visto los árboles, embelesados con el bosque, pero culpa también de los que quieren que regresen los marines a vejar la cabeza de Martí.

Estoy de acuerdo en revertir los errores, en desterrar el autoritarismo y en construir una democracia socialista sólida, eficiente, con un funcionamiento siempre perfectible, que se garantice a sí misma. Me niego a renunciar a los derechos fundamentales que la Revolución conquistó para el pueblo. Antes que nada, dignidad y soberanía, y asimismo salud, educación, cultura y una vejez honorable para todos. Quisiera no tener que enterarme de lo que pasa en mi país por la prensa de afuera, cuyos enfoques aportan no poca confusión. Quisiera que mejoraran muchas cosas que he dicho y otras que no.

Pero, por encima de todo, no quiero que regrese aquella ignominia, aquella miseria, aquella falsedad de partidos políticos que cuando tomaban el poder le entregaban el país al mejor postor. Todo aquello sucedía al tibio amparo de la Declaración de los Derechos Humanos y de la Constitución de 1940. La experiencia pre-revolucionaria cubana y la de muchos otros países demuestra lo que importan los derechos humanos en las democracias representativas.

Muchos de los que hoy atacan la Revolución, fueron educados por ella. Profesionales emigrados, que comparan forzadamente las condiciones ideales de “la culta Europa”, con la hostigada Cuba. Otros, más viejos, quizá algúna vez llegaron a "ser algo" gracias a la Revolución y hoy se pavonean como ideólogos pro capitalistas, estudiosos de Leyes e Historia, disfrazados de humildes obreros. Personalmente, no soporto a los "cambiacasacas" fervorosos; esos arrepentidos, con sus cursitos de marxismo y todo, que eran más papistas que el Papa y ahora son su propio reverso. No les deseo mal, a nadie se lo deseo, pero tanta inconsistencia me revuelve.

La Revolución, como Prometeo (le debo una canción con ese nombre), iluminó a los olvidados. Porque en vez de decirle al pueblo: cree, le dijo: lee. Por eso, como al héroe mitológico, quieren hacerle pagar su osadía, atándola a una remota cumbre donde un buitre (o un águila imperial) le devore eternamente las entrañas. Yo no niego los errores y los voluntarismos, pero no sé olvidar la vocación de pueblo de la Revolución, frente a agresiones que han usado todas las armas para herir y matar, así como los más poderosos y sofisticados medios de difusión (y distorsión) de ideas.

Jamás he dicho que el bloqueo tiene toda la culpa de nuestras desgracias. Pero la existencia del bloqueo no nos ha dado nunca la oportunidad de medirnos a nosotros mismos.

A mí me gustaría morir con las responsabilidades de nuestras desdichas bien claritas.

Por eso invito a todos los que aman a Cuba y desean la dignidad de los cubanos, a gritar conmigo ahora, mañana, en todas partes: ¡Abajo el bloqueo!

Fuente: http://segundacita.blogspot.com/2010/09/invitacion.html