17-10-2009 / Norman Briski es actor, director, autor y maestro de actores. uno de los artistas más reconocidosy prestigiosos del país que no abandona su compromiso político .
“Los que me encasillan como el revolucionario, mejor que no me llamen para trabajar", dice.
Luce calmo, seguro, como si sus largos años de profesión lo hubieran situado en un lugar en el que la fama no abruma y los nuevos desafíos no trastornan el sueño. A sus 71 años Norman Briski está más activo que nunca: graba semanalmente para Tratame bien, el unitario de Polka en el que interpreta al terapeuta de Julio Chávez, y dirige cinco obras simultáneamente: Cabezas trocadas, Cuentos para el coco y La posta de los generales, todas de su autoría en el Teatro Caliban; Sólo brumas, de Eduardo Pavlovsky, en el Centro Cultural de la Cooperación; y Vidé/la cinta fija, de Vicente Muleiro, en Caras y Caretas. Además, recientemente protagonizó Los chicos desaparecen, de Marcos Rodríguez, película en la que comparte cartel con Lorenzo Quinteros, Ricardo Ibarlin y Umbra Colombo. “No me doy cuenta de todo lo que hago porque soy muy activo, pero hago más cosas todavía, que no se saben”.Su militancia histórica y un compromiso social y ético como base de su trabajo, hicieron que su desempeño artístico siempre tuviera mucho de político. “Eso dicen –refunfuña él–. Yo no lo veo así. Molière es político, Shakespeare es político, porque todo lo que escribieron ellos fue muy vinculado con la realidad. Algunos de mis trabajos tienen claramente esa línea, pero otros no tienen nada de político, sino el simple objetivo de hacer pensar.”Fue en la década del ’70 cuando decidió articular la práctica política con la dramaturgia, a través de la fundación del Grupo Octubre, una de las experiencias de teatro popular más importantes de América latina. Con ese antecedente, y el compromiso social como motor, siguió vigente hasta hoy su vinculación con el teatro popular –“el verdadero teatro necesario”– a partir de su trabajo con Brazo Largo, un grupo con el que hace obras en barrios obreros, villas miseria y fábricas recuperadas, desde las problemáticas y la vinculación con los propios protagonistas de esos espacios.Hacia fines de 1973, el actor formaba parte de las listas de la Triple A y debió exiliarse del país. Vivió diez años en el Harlem latino donde siguió haciendo cine y teatro. El regreso le tenía preparado un dolor que duraría para siempre: amigos que ya no estaban, una Argentina devastada y el hueco de su propia ausencia que con el tiempo aprendería a llenar. –¿Cómo es tu relación con la política hoy?–Acabo de escribir un artículo sobre política y teatro en donde digo “no hay ninguna luz al final del túnel, no hay ninguna luz”. Esto no lo escribí, pero te lo digo a vos: si querés encontrar luz, comprate una linterna. Pero por otro lado, no veo nada que sea vitalmente desilusionante. Yo me veo así, muy escéptico, vitalmente escéptico. Brecht dice “el escepticismo mueve montañas”. Yo tengo muy buena opinión del escepticismo, y más de ese artista.–¿Y qué te hizo llegar a ese escepticismo?–Bueno, linda gente como Walter Benjamín o Roland Barthes o Sartre o Deleuze, unos cuantos suicidios hay ahí. La película 8 y ½ de Fellini… Me hacen pensar que cuando tenés una buena conciencia del mundo, sos escéptico. Pero no es porque quiera, eh, no es una elección. La elección probablemente está en comprar una motoneta, pero sobre esto no elegiría. Me hubiese gustado estar en un país más divertido. Y lo quiero muchísimo a éste, pero no es divertido, es siniestro. –¿Qué te dejaron tus años de militancia política en los ’70?–Es una pregunta espesa... La militancia primero me dio un enorme conocimiento de lo social, más allá de mi propia práctica vital, tan ligada a la comunidad. A mí me parece que yo no sería lo que soy, no tendría tanta perspectiva de algunas cosas si no hubiese sido por mi práctica política y especialmente el exilio, que hace conocer otras comunidades, otras maneras de pensar, otros idiomas. Todo me parece que ha sido una experiencia. Hoy estaba pensando en lo negativo del exilio, porque uno siempre rescata lo positivo. En todas las cosas que no pude hacer y que recién ahora puedo hacer porque tengo permanencia, porque tengo este territorio liberado (se refiere a su teatro). Eso no tiene precio y no se puede medir. Entonces, cuando te sacan de tu lugar no te sacan a vos, te sacan otros, muchos otros. Eso no tiene reparación alguna, pero podría ofrecer una mejor visión de lo que vamos perdiendo…–Es menos doloroso pensar en lo positivo de esa experiencia.–Pero hay que hablar de la muerte y hay que hablar de cuánto nos mataron esas cosas. Y nadie quiere escucharlo. Hay que convivir con los dedos que nos cortaron, los brazos que están más húmedos. Me parece que hay que hablar de eso, que tiene que estar presente la idea de la muerte.–Es que hay muchos discursos que buscan deslegitimar el pasado, dicen que la izquierda pasó de moda, ponen en duda a los desaparecidos...–El que sabe de política sabe que fueron muchísimos más de 30 mil, porque ahí sólo se cuenta a la aristocracia de la militancia. Nadie está hablando de lo que pasó en los lugares que ni se registraron ni hubo denuncias. E inclusive el tema del trabajo y la neutralización de las luchas locales. Estos 30 mil muertos son estas madres que han jerarquizado a sus hijos, pero hay muchísimos más. No sé cuántos pero ya ahora es muy difícil hacer la multiplicación. Lo que significa que estos jóvenes que fueron muy lindas personas, yo lo sé, los conocí, no pueden multiplicar lo que pensaban porque los cercenaron. –Y del hueco que quedó…–Un huecazo que no lo curás en un siglo porque hay gente de tres a cuatro generaciones de lumpenaje que no tiene retorno, ya no hay lucidez en eso, simplemente son fantasmas que viven.–¿Pensás que esta militancia te abrió caminos en tu carrera o, al contrario, que te encasilló como el revolucionario? –Los que piensan eso, mejor que no me llamen. A mí me llaman los liberales en serio, tipos coherentes. Porque primero tienen que saber utilizarte, pero también hay simpatías.–¿Simpatías en qué sentido?–Y de decir “llámenlo, a ver qué dice, porque nosotros no tenemos mucho que hacer y nos estamos aburriendo un poco”.–Ah, para que les tires ideas.–Exactamente, o porque se enteran por alguna revista lo que es vivir en crisis, o la diversidad, hacer el amor con un negro y pensar que los hijos pueden salir a cuadraditos.–¿Cómo ves a las nuevas generaciones de actores? –Hay de todo. Pero tengo una respuesta clarísima: dime lo que haces y te diré qué tipo de actor eres. Si vos medís a los actores por la televisión, sonaron. Y si hay un programa un poquito mejor, tenés más posibilidades de pelar tu artesanía. Digo, a los de Zanón podés preguntarles por qué hacen determinado mosaico, porque son dueños de su fábrica. Pero nosotros no somos dueños de nada y no entiendo por qué no lo somos, no me resulta fácil. Bueno, yo tengo este territorio (se refiere a su teatro).–Lograste ser dueño de algo.–Sí, y si no soy buen actor en este lugar, chau, no lo soy en ningún lado.–¿Pensás que cuesta cada vez más llegar al público, movilizarlo?–Seguro. Hay factores de todo tipo.–Porque a veces parece que la realidad supera a la ficción.–Claro, ése es un ingrediente. Otra cosa es que el teatro argentino no está hablando directa o indirectamente de lo que está pasando. Los intelectuales están en las Malvinas, tienen una irresponsabilidad pocas veces vista. Marcos Aguinis y otros son increíbles, con algunas excepciones como siempre. Empezando por la dramaturgia, están muy alejados de lo que pasa, eso es otro ingrediente. En el teatro, los métodos, las técnicas y todo lo demás, están atrasados con respecto a las nuevas musculaturas del público, a los nuevos incentivos. Están atrasados respecto de la televisión, en cuánto te da abreviadamente o simplificadamente. Otro factor es la gripe A, otro factor es que los civiles no tienen ganas de aprender muchas cosas nuevas porque la existencia bajó su valor como poder adquisitivo. Si yo me pongo a pensar qué es la vida, qué es la muerte, quiere decir que estoy en un buen momento de mi historia. Acá es qué voy a morfar mañana y entonces se entra en la necesidad. Y el teatro no es necesidad, el teatro tiene que ver con el deseo…–Está esa idea de que el público quiere divertirse y no pensar en todos los problemas que tiene.–Pero también si es un buen teatro tendrá algo de juego y alegría, sino no es buen teatro. Si es un teatro que se juntan las dos cejas, algo está fallando. En Vidé/la cinta fija aparece un entretenimiento. Todo lo que sea vital entretiene. Aunque esté alguien al borde de un precipicio va a entretener porque pensás, ¿se tira o no se tira? Pero primero hay que creer que está el precipicio…–Y hablando de las necesidades, ¿pensás que hay posibilidades hoy para el teatro popular?–Eso seguro. Ése es el teatro necesario. Es el que más se necesita y también el que menos se hace porque es un esfuerzo muy grande.–¿Qué significa tu frase “la mejor obra de teatro es la que termina en una asamblea”?–La asamblea para mí es la invención más sofisticada de los hombres. Es el mejor momento después de una obra. Hablar, escribir: Asamblea. Me parece que esa sofisticación de discutir algo, de poder hablar grupalmente, es el nivel más alto que pueden conseguir las personas.–¿Cuál te parece que es el sentido de hacer teatro hoy, en la Argentina que vivimos?–No creas que a veces no sospecho que no tiene sentido, eh. Pero cuando veo a la gente en algunas funciones y sus comentarios, me da la impresión de que el teatro no tiene importancia pero que vale la pena hacerlo. Hay como gestos o pequeñas cosas que hacen pensar que va a haber un rizoma, digamos, un devenir, que va a haber algo creativo.–¿El teatro ayuda a pensar? –Pensar, se puede pensar en un colectivo lleno. Se puede pensar siempre. El asunto está en saber que tenemos la potencia suficiente para no necesitar el cuerpo. No es mío, es Deleuze.
Victoria Linari - Miradas al Sur